Punta Umbría. Verano, Tú y yo. Yo
y tú. Es de noche, cálida, tórrida. Estamos paseando por la playa, infinita,
con la única luz que dan la Luna llena, cuyo reflejo en el agua es precioso, y
tus ojos, brillantes, incandescentes. Vamos conversando, y tú me estás contando
tus cosas. La sonrisa que mientras hablas se dibuja en tu cara no puede ser más
grande ni más bonita. Y es tan grande y tan bonita porque es verdadera. Casi sin
querer, muy suavemente, y mientras seguimos caminando, acaricias mis dedos y
juegas con ellos. Los aprietas, los sueltas, y así hasta que los entrelazas con
los míos y me das la mano. Seguimos andando, y te cuento algunas anécdotas de
mi trabajo. Y tu sonrisa no puede ser más sincera ni más amplia. Y es tan sincera
y amplia porque es espontánea.
Caminamos, de la mano, y de
repente te paras, tiras de mí, te pregunto que qué pasa, pero me pides
silencio. Me callo, me clavas tus ojos en los míos y me dices que tienes que
decirme algo. Te digo que qué vas a decirme que yo no sepa ya. Que prefiero que
lo hagas. Y sosteniéndome las dos manos, te acercas lentamente a mí. Tu nariz
está cerca, tu boca está cerca. Estás tan cerca que puedo oler el perfume de tu
cuello. Ya no te veo nítidamente de lo cerca que estás. Y es entonces cuando,
teniéndote tan cerca, oliéndote, cierro mis ojos, y ya sin verte, sólo puedo
sentirte. Posas tus labios en los míos, y al poco tu húmeda y caliente lengua
juega con la mía. Todavía tienes en tu boca el sabor del helado de chocolate
que te estabas comiendo hasta hace un ratito. Me besas en el silencio de la noche,
donde sólo se escucha el rumor de nuestras bocas fundiéndose en una. La Luna
nos mira, y su reflejo es más intenso. Tiene celos.
Paras de besarme. Me preguntas si
sé dónde estamos, que hemos andado mucho y que estamos lejos de casa. Te digo
que no te preocupes, que mientras estemos juntos, nunca estaremos perdidos. Sonríes,
me besas, y seguimos andando. Conversamos, pero no sé de qué.
Y mientras nos alejamos, me
despierto, aún sonriendo...