Desde entonces empecé a recordarla. Yo aún era pequeño, pero ya la había visto, y esa cara no se olvida. La vi, no recuerdo el día ni la hora, pero ya no pude olvidarla. Ella vivió su vida, yo la mía, aquí y allá. Hasta que convergimos en un portal. Aquél bendito portal... Al que le seguirían sus once compañeros de pasaje; luego, más tarde, nuestras bocas también se desbocaban en cualquiera que encontrábamos.
Desde entonces sólo hacía buscarla. Porque sus ojos me dejaban inerme al mirarme. Porque provocaba en mí los instintos más naturales: hambre, de su cuerpo; sed, de sus besos; y sueño, pues soñaba con ella. Porque me despertaba curiosidad por conocerla, y me inspiraba ternura y deseo a un tiempo.
Desde entonces empecé a amarla. Porque me enamoraba cuidarla. Me seducía con sólo caminar. Su voz era la música perfecta, acordes afinados como nunca. Sobre todo al decir te quiero. ¡¡Qué implacable canción!! La mejor que nunca he escuchado.
Desde entonces no puedo olvidarla. Porque me diste todo lo que una persona puede ansiar: cariño, amor, ternura, deseo, calor, amistad, confianza, respeto, vida. Me diste tu vida... Y aún no me explico como queriéndote como te quiero, estamos separados. Cómo amándote como te amo, te tengo miedo... Si lo único que quiero es amarte...
Desde entonces, ando solo, perdido. No sé qué hacer, nada más que huir. Huir de todo, y de todos.
Desde entonces sé que nada tengo que ganar. Nada que me sirva, me llene o me haga falta.
Desde entonces, mi amor, desde que te vi de niño, y lo sabes, me gustaste. Luego te deseé. Más tarde te quise. Y ya, irremediable y gustosamente, te amé.
Desde entonces, desde que empecé a amarte, no he cesado...
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