Aún perdura ese efecto. Sigue en
mí. Lo sé porque a veces siento tus labios. Lo sé porque hay veces en que oigo
tu voz. Incluso hay veces en que te huelo. Qué íntimo es oler a alguien. Tan
íntimo, que empieza en tu nariz y te llega al alma, en un implacable efecto
mariposa. Así lo sienten mis cimientos. Como si de los mejores efectos
especiales se trataran, cada vez que algo de aquello sucede me tambaleo y mi corazón da un triple salto mortal con
tirabuzón inverso, mientras la explosión de júbilo da paso a la no menos
espectacular tormenta de dura realidad. Pero, efectivamente, no los son. Y
simplemente es la pura verdad.
Sentir afecto es mi defecto, pues
siempre, y sin querer, tiro con efecto, y es por eso que nunca surte efecto. Y
es que, en efecto, no soy eficaz. Cual efecto invernadero,
efectuose tal efectismo, que efectivamente, al entregar mis efectos personales
lo hago de forma afectuosa, pero por la respuesta, parece que es defectuosa. Pero
no puedo hacer efectiva una devolución de lo entregado, porque siempre pago en
efectivo.
Efectivamente, tanto afecto es un defecto. Y eso me afecta.
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