miércoles, 6 de abril de 2011

De paseo

A veces nos veo paseando por la vera de un río. No importa cual, pues lo que importa es mi compaña, tú. Pero normalmente el suelo que se me aparece es el que hay a los pies de la Torre del Oro, esos adoquines tan grandes. Y Triana nos observa, como cuidándonos, desde la otra orilla. No sé qué hablamos mientras paseamos. Sólo sé que desde el puente de San Telmo hasta el puente de Triana (Isabel II, lo siento) vamos conversando, a veces helado en mano. Y caminamos hablando, y riendo. A veces es con el sol en la cara. Todo soleado, cielo azul sin una nube, mientras un día de primavera sevillana nos deleita con olor a azahar, flores por doquier, un barco pasando por la dársena, niños jugando, bicicletas pasando, parejas que se besan en cada banco. Otras veces es con la luna como testigo. La Torre del Oro se torna áurea, como antaño, y Triana, medio a oscuras, parece tener más difícil vernos. Los barcos están amarrados cada uno en su noray, y aunque los niños no juegan por el paseo, sigue habiendo bicicletas paseando. La encantadora noche que hace, junto al olor a jazmín que nos envuelve, hace obligatorio disfrutarlos, y cada pareja, que son las mismas que de día, ahora se besan, refugiadas y al amparo de la oscuridad, no ya en cada banco, que también, sino en cada rinconcito donde la luna no pueda verlos. Y entonces yo no sé si pasear contigo de día o hacerlo de noche… El caso es que nos veo por ahí, paseando, contándonos nuestra cotidianidad, nuestros sueños, nuestros secretos, algún que otro recuerdo que se nos viene a la mente, y siempre sonriendo. No sé si me provocas la risa tú a mí o yo a ti. Pero lo que sí sé es que reímos porque somos felices. Y eso es lo que me importa.

Llegamos al puente de Triana, y me apetece sentarme. Te lo sugiero, y la idea te parece bien. Sentados, frente al Guadalquivir, te tomo casi sin querer de la mano. Es algo inconsciente, sutil, suave, casi sin querer pero queriendo. No sé si tú te das cuenta, pero no parece importarte. Al contrario, tus dedos empiezan a juguetear con los míos. El juego de dedos continúa mientras seguimos charlando, mientras seguimos riendo. Parezco oír algo, como unas indicaciones. Por un momento, dejo de escucharte, para concentrarme en ellas. Y en un instante, cuando me he dejado llevar, lo he comprendido todo. Me están diciendo que te tome firmemente de la mano y te bese sin pensarlo, que no me dirás que no. Imposible. Ellos cuidarán por mí, dicen. El olor a azahar o a jazmín, o los dos, el oro de la Torre, aquellos adoquines, los barcos del río, la hierba donde estamos sentados, las bicicletas que pasan incesantes, el murmullo de besos de otras parejas, Triana, la Esperanza, la Maestranza (siempre atenta a cada movimiento, cual corrida de toros)… Hasta el Altozano, que tan cerquita está, se asoma para asegurarse de que todo sale bien. Yo, absolutamente a merced de Sevilla, agarro firme tu mano. Tengo un momento de duda, y me doy cuenta porque he vuelto a escucharte, aunque no sé qué estás diciendo. Tengo miedo de que no sea la ocasión, que mi beso se vaya al limbo, donde tantos besos llegaron ya… Pero rápidamente esa duda se desvanece, porque he vuelto a no escucharte. Te traigo hacia mí, y una vez cerca de mí, boca frente a boca, siento como a ti también te envuelve lo que sucede alrededor nuestra, pues te has callado y tu respiración se agita. Trémulos mis labios, sellan tu boca con un beso. Y húmedos tus labios, me responden con otro. Ahora somos una pareja más que se besa en un banco. O en un rincón donde la luna no pueda vernos. Aunque está difícil, porque se refleja de tal manera en el río, que nada puede escapar a su luz. Y lo sé porque tus ojitos están muy brillantes, iluminados. ¿O acaso son ellos los que desprenden la luz? Me sorprendo gratamente cuando me doy cuenta de que mi brazo te rodea a la altura de los hombros, y el tuyo me rodea la cintura, y abrazados, somos nosotros los que miramos y observamos a Triana. Entonces es cuando me felicito a mí mismo por haberme atrevido a besarte. Aunque parte del éxito se lo debo a Sevilla.

Pero sobre todo, se lo debo a mi imaginación.

http://www.youtube.com/watch?v=EzKzQ_dAvhQ&feature=related

Ver la vida sin reloj
y contarte mis secretos.
No saber ya si besarte
o esperar que salga solo.

Esta sensación extraña,
que hoy se adueña de mi cara,
juega con esta sonrisa,
dibujándola a sus anchas.

Me desperté soñando
que estaba a tu lado,
y me quedé pensando
qué tienen esas manos.
Sé que no es el momento
para que pase algo...

Yo quiero volverte a ver.

Ni siquiera sé si sientes tú lo mismo...

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