lunes, 24 de mayo de 2010

Un color vívido

La muralla que el miedo construyó delante de mí todavía se me antoja inaccesible, imposible de franquear. Cuántos días llevo acampado a sus pies y en cuanto la he mirado he vuelto a mi campamento. Cuántas noches he pasado soñando que la atrevesaba, y en su punto más alto, con el viento de cara y el mundo a mis pies, me autoproclamaba vencedor del combate más fiero al que jamás he sido retado; pero en ese momento no cuento con que luego esa misma fiereza me devuelve los golpes que en sueños le he dado, arrastrándome en un viaje en espiral por la tristeza, primero hacia arriba, y luego hacia abajo, para volver a subir a aquel punto tan alto, y esta vez con el viento en contra, me echa a volar sin alas...

Sigues siendo tú. En quien pienso cada día, por quien me pregunto si está bien. La música que escucho se hace corpórea en ti, y cuando como algo que sé que te encanta te imagino a mi lado compartiéndolo contigo. Muchas veces te veo sonriendo cuando digo alguna tontería; y mis mañanas empiezan evocando tu voz diciéndome buenos días. El recuerdo de sentir y desear el calor de tu cuerpo junto al mío, el de un simple pero reconfortante abrazo, el de nuestros dedos entrelazados jugando a escaparse pero deseando entrelazarse aún más, el de una caricia resbalando por tu pelo peinándolo y por tu espalda invitándote a acercarte, el de mis labios robándote el beso que tu boca siempre tiene preparado...

Esto tiene, todavía, un color vívido. Muy vívido.