sábado, 12 de julio de 2014

Mientras estemos juntos

Punta Umbría. Verano, Tú y yo. Yo y tú. Es de noche, cálida, tórrida. Estamos paseando por la playa, infinita, con la única luz que dan la Luna llena, cuyo reflejo en el agua es precioso, y tus ojos, brillantes, incandescentes. Vamos conversando, y tú me estás contando tus cosas. La sonrisa que mientras hablas se dibuja en tu cara no puede ser más grande ni más bonita. Y es tan grande y tan bonita porque es verdadera. Casi sin querer, muy suavemente, y mientras seguimos caminando, acaricias mis dedos y juegas con ellos. Los aprietas, los sueltas, y así hasta que los entrelazas con los míos y me das la mano. Seguimos andando, y te cuento algunas anécdotas de mi trabajo. Y tu sonrisa no puede ser más sincera ni más amplia. Y es tan sincera y amplia porque es espontánea.

Caminamos, de la mano, y de repente te paras, tiras de mí, te pregunto que qué pasa, pero me pides silencio. Me callo, me clavas tus ojos en los míos y me dices que tienes que decirme algo. Te digo que qué vas a decirme que yo no sepa ya. Que prefiero que lo hagas. Y sosteniéndome las dos manos, te acercas lentamente a mí. Tu nariz está cerca, tu boca está cerca. Estás tan cerca que puedo oler el perfume de tu cuello. Ya no te veo nítidamente de lo cerca que estás. Y es entonces cuando, teniéndote tan cerca, oliéndote, cierro mis ojos, y ya sin verte, sólo puedo sentirte. Posas tus labios en los míos, y al poco tu húmeda y caliente lengua juega con la mía. Todavía tienes en tu boca el sabor del helado de chocolate que te estabas comiendo hasta hace un ratito. Me besas en el silencio de la noche, donde sólo se escucha el rumor de nuestras bocas fundiéndose en una. La Luna nos mira, y su reflejo es más intenso. Tiene celos.

Paras de besarme. Me preguntas si sé dónde estamos, que hemos andado mucho y que estamos lejos de casa. Te digo que no te preocupes, que mientras estemos juntos, nunca estaremos perdidos. Sonríes, me besas, y seguimos andando. Conversamos, pero no sé de qué.


Y mientras nos alejamos, me despierto, aún sonriendo...

lunes, 6 de enero de 2014

Con ti

Déjame en paz. Olvídame ya. Todos los días igual. Desde el mismo instante en que abro los ojos por la mañana, ahí estás tú. Desde ese mismo instante ya estoy harto de ti. Porque me hiciste lo mismo ayer por la mañana. Y la otra mañana. Y la otra. Me levanto contigo, con tu sonrisa provocando inevitablemente la mía. Luego a la ducha, donde tus abrazos parecen el agua caliente que me relaja corriendo por mi piel. Luego a la cocina, donde nos preparo el desayuno. Lo tomamos mientras me cuentas los planes del día. Salimos de casa, al trabajo, y por el camino, y de repente, veo que tú vienes conmigo. Vuelvo a casa para almorzar, y ya sabes que siempre cuento contigo para preparar la comida, preguntándome si te gustará lo que cocino. Almorzamos juntos. Nuestro trato es el de siempre: yo cocino y luego fregamos los dos, porque me encanta echarte agua y hacerte bromas con el jabón, ya que siempre te ríes, y estás radiante, y luego te enfadas, y estás preciosa. Quiero dormir la siesta, pero no me dejas. Sigo hartándome de ti, y preguntándome cuándo me dejarás en paz. Escucho música. Hoy es una canción de... da igual. No importa. Siempre me la estropeas, con tu pelo cayendo sobre tu espalda y tus ojos brillantes mirándome fijamente. Para alejarme, me voy a dar un paseo. La playa me parece un buen sitio. Arena, agua, infinito, olas. Sí, es el sitio perfecto: arena para caminar, agua para limpiarme, infinito para perderme, y olas para bailar y borrar. Pero nada. Vuelves a aparecer, de frente, con tu risa, provocadora de mi felicidad. Y en la arena para caminar se ven las marcas de nuestros pies caminando juntos por la vida, el agua nos purifica, el infinito que vemos es el mismo que mi amor, y los dos bailamos, respirándonos, sudándonos, al ritmo de las olas, creando algo imborrable. Cansado ya de ti, me vuelvo a casa. Quiero cenar, así que preparo algo y me siento a comer. Y en ello estoy cuando me dices que tú también quieres, y lo hacemos a la luz de las velas. Tratando de hacer algo solo, me voy al cine. Miro la cartelera, y como no acabo de decidirme, tú me sugieres que veamos otra película. Acepto, y allá vamos. La vemos juntos, y de vuelta a casa, me das tu opinión. Yo tengo otra diferente, pero con tal de que me dejes, no digo nada y asiento. Llego a casa, solo, porque he logrado dejarte atrás. Me tiro en la cama, exhausto de todo el día contigo, de tu risa, tu pelo, tu voz, tus ojos, tus andares. Y de repente, tu olor se apodera de todo de mi ser. Puedo sentirte. Estás de nuevo conmigo, a mi lado, junto a mí. ¿Otra vez? ¿En serio? ¿Ni dormir vas a dejarme? Porque anoche me hiciste lo mismo. Y la otra noche igual. Y la otra. Y la otra. Porque cada noche me acuesto contigo. Cada día lo paso contigo. Pero tú conmigo no. Yo ni siquiera sé dónde ni con quién los pasas. Por eso voy a pedirte una cosa: déjame en paz. Olvídame ya, y para siempre. Como yo trato de hacer contigo.

Bueno, hazlo mejor que yo. Porque yo no puedo.