miércoles, 3 de octubre de 2007

Retales y vida

Retales de vida.
Retales de muerte.
Retales sin vida.
Retales y su muerte.

Retal ahora mismo no tiene vida.
Su vida, de momento, se ha quedado sin retales.

viernes, 18 de mayo de 2007

Versión

No es que en este último mes y una semana la creatividad con los vocablos haya estado descansando, y ni mucho menos ha desaparecido. Sólo por tus ojos soy capaz de hacer correr ríos de tinta. Y no hablemos de tus besos... No te preocupes, pronto te llegarán más líneas escritas desde el centro de mi amor, sí, desde mi centro hasta el tuyo. Será apoteósico tu rostro al leerlas. Y qué mejor que, como cantante empezando, hacerte una versión de algo ya hecho. Yo he elegido esto, de Jaime Sabines.

No es que muera de amor, muero de ti.
Muero de ti, amor, de amor de ti,
de urgencia mía de mi piel de ti,
de mi alma de ti y de mi boca
y del insoportable que yo soy sin ti.

Muero de ti y de mí, muero de ambos,
de nosotros, de ese,
desgarrado, partido,
me muero, te muero, lo morimos.

Morimos en mi cuarto en que estoy solo,
en mi cama en que faltas,
en la calle donde mi brazo va vacío,
en el cine y los parques, los tranvías,
los lugares donde mi hombro acostumbra tu cabeza
y mi mano tu mano
y todo yo te sé como yo mismo.

Morimos en el sitio que le he prestado al aire
para que estés fuera de mí,
y en el lugar en que el aire se acaba
cuando te echo mi piel encima
y nos conocemos en nosotros, separados del mundo,
dichosa, penetrada, y cierto, interminable.

Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos
entre los dos, ahora, separados,
del uno al otro, diariamente,
cayéndonos en múltiples estatuas,
en gestos que no vemos,
en nuestras manos que nos necesitan.

Nos morimos, amor, muero en tu vientre
que no muerdo ni beso,
en tus muslos dulcísimos y vivos,
en tu carne sin fin, muero de máscaras,
de triángulos obscuros e incesantes.
Muero de mi cuerpo y de tu cuerpo,
de nuestra muerte, amor, muero, morimos.
En el pozo de amor a todas horas,
inconsolable, a gritos,
dentro de mí, quiero decir, te llamo,
te llaman los que nacen, los que vienen
de atrás, de ti, los que a ti llegan.
Nos morimos, amor, y nada hacemos
sino morirnos más, hora tras hora,
y escribirnos y hablarnos y morirnos.

Jaime Sabines



Te echo de menos mi amor.

miércoles, 11 de abril de 2007

No te lo diré

Qué bonito sería decirte cuántas veces y cuántas horas te recuerdo. Pero no lo diré. Porque para recordar algo tiene que escaparse, aunque sea un instante, del pensamiento, y tú eso aún no lo has conseguido.

viernes, 30 de marzo de 2007

Dudas

Dudo que realmente existas, porque si te pienso, me hablas, me miras, me mimas, sonríes, nos acariciamos, me abrazas, me besas, te siento, me sientes, parezco estar perdido en un sueño. Así que, por si acaso, no me despiertes todavía. Déjame soñar contigo.

domingo, 25 de marzo de 2007

La espera desespera...

Yo lo estaba esperando, lo necesitaba, pero parecía que nunca iba a mostrarse. Ni siquiera hubo ademanes. Ni uno. Y yo, inmóvil, aguardando. Nunca una espera fue tan intensa.

Cada segundo que pasaba eran toneladas en mi espalda. ¡Ahora te entiendo Atlas! Interminable, agobiante, desesperante. Yo miraba, buscaba, pero no hallaba. No me podía estar quieto, moviéndome de un lado a otro por la casa; del salón al cuarto de baño, a la cocina, al salón otra vez, pongo la radio, pero ni siquiera una estrofa de aquella canción. Los diferentes canales de televisión me muestran lo mismo, y sólo los veo dos segundos. Al cabo de veinte, he repasado todo el mando a distancia. Me siento, me pongo de pie, me tiro en el sofá. Miro el reloj, y qué poco tiempo ha pasado entre todo esto.

La espera desespera...

Mi viaje al mundo de la enajenación es cada vez más duradero; mi billete parece ser sólo de ida, y se antoja largo y nada agradable.

¡Ah! ¡He oído algo! ¿Será...? Tal vez, pero no lo sé. Miro, busco, ojeo, oteo. Pero nada. A seguir esperando.

La espera desespera...

Sigo deambulando, huyendo de las manecillas, que me encadenan a la frustación y la amargura, transportándome a eso que llaman locura, tan lejana entonces tan cercana ahora. ¿Qué estará pasando? ¿Por qué aún no? ¿Habrá pasado algo?

La espera desespera...

De repente, a mi derecha, suena y se ilumina.

¡Por fin!

Ansioso, veloz, raudo, sin vacilar un solo momento, compruebo quién es. Todo lo anterior ya no tiene sentido. Mi desesperación es hielo en una candela, un caramelo en el bolsillo de un niño, un ratón en un saco de gatos. Ya estoy tranquilo. Ha llegado a casa. Me lo dice la pantallita del teléfono móvil.

domingo, 11 de marzo de 2007

Será entonces cuando me entendáis

Un cuchillo que no corta.
Un niño sin juguetes.
Una playa sin olas.
El sol sin brillo.
La luna sin nadie mirándola ni mar en que reflejarse.
Un tuareg en la nieve.
Un esquimal en el desierto.
Un libro sin leer.
Una rueda inmóvil.
Una bolsa vacía.
Un soldado inerme ante otro apuntándole.
Un patriota fuera de su patria.
Un poeta que no tiene versos.
Un pintor que carece de pincel.
Un cepillo falto de cerdas.
Una pelota cuadrada.
Un dado esférico.
Una h sonora.
Una canción arrítmica.
Un agua sabora, colora y olora.
Una lámpara sin luz.
Un ventilador de aire caliente.
Una estufa de aire frío.
Una moneda sin valor.
Un lápiz sin punta.
Una religión sin oración.
Un altavoz insonoro.
Una carta sin sello.
Una guitarra sin cuerdas.
Un barco a la deriva.
Un entrenador mudo.
España sin ñ.
Un cine donde no hay películas.
Un coche que no arranca.
Un balcón al que nadie se asoma.
Un zoo sin animales.
Un artista sin arte.
Un travieso sin problemas.
Una puerta sin llave.
Una llave que no tiene llavero.
Un llavero que no tiene bolsillo.
Un bolsillo que no tiene pantalón.
Un pantalón que no tiene piernas.
Unas piernas que no tienen cuerpo.
Un cuerpo sin el otro cuerpo.

Pregúntadles cómo se sienten.

Será entonces cuando me entendáis.

martes, 6 de marzo de 2007

Ninguno como el de ayer

Ninguno como el de ayer. Jamás. Ni tan dulce, ni tan fiero. Ni tan selecto ni tan exquisito. Ni tan suave ni tan rápido. Ni tan fugaz ni tan intenso. Ni tan enorme ni tan sentido. Ni tan fresco ni tan ligero. Ni tan transparente ni tan cariñoso. Ni tan juvenil ni tan intencionado. Ni tan salvaje ni tan urbano. Ni tan apasionado ni tan soberbio. Ni tan implacable ni tan frágil. Ni tan impoluto ni tan contaminado.

Ninguno como el de ayer. Como el de ayer, sólo yo sé dónde encontrarlos.

Y si aún no me crees, pregúntale a tu boca dónde estuvimos...

miércoles, 24 de enero de 2007

Te silbaré

Es domingo, por la tarde. Ha llegado el momento. Desde el viernes pensando en él, y ya ha llegado, tan pronto. No he hecho ni la mitad de las cosas que quería, ¡ni una cuarta parte! He hecho la maleta, y me he desplazado hasta la estación. De nuevo mi cara, vestida e iluminada con la sonrisa que sólo te dibuja el amor, se torna gris, apagada, inerte, como sólo la tristeza puede hacértelo. Dejo tus ojos al Sol y la Luna, tu pelo al viento, a tus ropas tu cuerpo, a tus zapatitos tus pies, y tu calor... ¿de quién será ahora tu calor, cuándo ya me he ido? El reloj corre, como nunca jamás lo había hecho, y nuestra despedida, tan cariñosa como se nos es permitida, es muy veloz, casi instantánea. Ni siquiera he podido leerte lo que te había escrito. De nuevo pasaré horas sin ti, horas que ya no volverán, que ya no podremos compartir. Y me enfurece esa idea, tanto que sólo quiero ser libre como lo es un pájaro, y llegar a tu nido, aunque sólo sea para silbarte, pero silbarte mirándote a los ojos. Silbarte mientras rozas mis alas. Silbarte mientras vuelas conmigo. Silbarte "te quiero", porque son las palabras que se me escapan, las que me salen y las que tengo ganas de decirte.

Algo más está silbando, que nos interrumpe el vuelo...Es el tren, que reclama mi presencia. Me ha encantado nuestro vuelo, dos segundos apenas, el tiempo de confesarme. He de partir mi amor, aún sabiendo que más y más horas se nos quedarán en el cajón para siempre. Para nunca.

Pero tú tranquila, te silbaré desde el tren, cada vez más lejos. Te silbaré desde el cielo, cada vez más infinito. Te silbaré desde la distancia, cada vez más aterradora y sanguinaria. Y cuando menos los esperes, te silbaré en tu nido, cálido y seguro. Y volaremos, claro que sí.

Claro que sí.