lunes, 11 de octubre de 2010

El concierto imaginario

No estás aquí, así que tendré que imaginármelo.

Con una lista de canciones que tú has elegido sonando, estamos tirados en la cama, hablando muy bajito, para que nadie se entere, con las cabezas tan cerca que tenemos que separarlas un poco para podernos ver con nitidez. Es el momento de esas risas cómplices entre los amantes, cuando cualquier comentario de uno hace sonreír al otro. Es ahora cuando empezamos a comprender qué bien nos hace sentir la otra persona. Tu pelo huele muy bien, y la tenue luz de la habitación brilla en tus ojos. Tu mano está en mi cintura, subiendo y bajando, sin prisa por mi costado, mientras pongo la mía en tu cara, de donde mis dedos apartan tu pelo, poniéndolo detrás de tu oreja. Mi pulgar recorre tus labios lentamente. Sí, lo confieso: estoy preparando un beso. Y cerrando los ojos, trémulo, me acerco poco a poco a tu boca, respirando el olor que emana de tu pelo. Tus labios, muy levemente abiertos, dejan escapar tu respiración, que se entrecorta cuando me notas cerca. Por fin llego a ti, y aumenta la presión de mi mano en tu cara, y tu mano ha dejado mi flanco para irse a mi espalda donde, completamente abierta, se ha posado con energía. Es un beso lento, sin prisas, deseado, tierno, cariñoso, precioso. Yo lo necesitaba. Y sin hablar, tú me lo estabas pidiendo. Peino tu cabello hacia atrás, que quiero mirarte a los ojos para decirte lo guapa que eres. Nuestras manos, casi al mismo tiempo, han comenzado el duro trabajo de apartar la ropa, que ya nos quema. Y si es difícil es porque nuestras bocas no quieren separarse, y están bebiéndose una a la otra, como si cada beso provocara más sed, y sólo la boca ajena pudiera apagarla.

Como pueden, las manos, ayudados a veces por los pies, y no siempre los propios, realizan su cometido. Temblando de puro deseo y sin para de besarnos, a veces suave, a veces ferozmente, nuestras manos, libertadoras, preparan y efectúan una descarga de caricias por el cuerpo del otro. Por todo el cuerpo del otro. Cálidas las pieles se van buscando, los abrazos se suceden, y poco a poco nuestros cuerpos se van acomodando mutuamente, en un proceso sin duda beneficioso para ambos. Con los dos cuerpos hechos uno, y al ritmo que marca la música que elegiste, empiezas a bailar. Yo me dejo llevar por ti. A fin de cuentas, la música la has elegido tú. Con movimientos suaves y certeros, la música entra cada vez en nuestros cuerpos, como poseyéndonos. En esta danza de deseo aún caben los besos y las caricias, que no paran de sucederse. El oleaje de tu cintura no cesa, y poco a poco se hace intenso y poderoso. Entonces, de repente, dejamos de oír la música, pues ha empezado a sonar otra música: la banda sonora de nuestra respiración. Y digo nuestra y no nuestras porque estamos respirando los dos a un tiempo, como buena música que es. Y como buena música que es, los jadeos y suspiros siguen no suena aislados, sino acompasados con tu vaivén.

Llega un momento en que todo nos estorba, sólo queremos estar nosotros mismos. Entregados al deseo y el placer, el ritmo van aumentando, y la música se va acelerando. Los sonidos de nuestros cuerpos chocando, al igual que el ritmo y la música, van in crescendo, y ya no importa nada que los demás se enteren. Ciego de pura lujuria, desecho tu ritmo, y empiezo a marcarte a ti el mío, algo que lejos de enfadarte parece encantarte. El olor de tu pelo es my intenso, el calor de tu piel llega a ser placenteramente abrasador, tu boca ya no refresca lo que antes pero ansío y consigo besarla, y tus ojos están más brillantes que nunca y por momentos parecen ponerse vidriosos. Ambos sabemos que nuestra canción está a punto de acabar, para los dos. Y lejos de odiarlo, buscamos ese momento perdiendo el compás de la respiración y el tempo de los jadeos. Nuestras cinturas ya han dejado atrás el adagio y el allegro, y ahora el ritmo está bajo la denominación presto. Hasta que con un jadeo que suena a planeado porque es al mismo tiempo, ponemos fin al ritmo, no sin antes dar unas sacudidas. Nuestras bocas vuelven a beberse, pues quieren aprovecharse los últimos coletazos de está canción, pero ni pueden estar cerradas mucho tiempo porque en verdad quieren jadear y suspirar.

Te peino, pues estás despeinada tras el concierto, y tú me lo agradeces con un dulcísimo y cariñoso beso. Mis dedos deambulan por tu espalda, tus piernas y tus brazos, calentísimos todos, mientras te pregunto si estás bien. La sonrisa que se dibuja tan despacio en tu cara, acompañada de tus ojos cerrados, me lo dice todo. El incendio provocado poco a poco va apagándose, y las respiraciones, pues cada uno ya tiene la suya, vuelven a ser normales. Sin poder parar de acariciarnos, me pides que te tape con la sábana, que tienes un poco de frío. Por supuesto, lo hago. Tumbada sobre tu costado derecho, pones tu espalda en mi pecho, y me pides que te rodee con mis brazos y que entrelace mis manos con las tuyas. Por supuesto, lo hago.

Con mi nariz en tu pelo y oliendo tu embriagadora esencia (me hace recordar al principio de la noche, escuchando tu música), me doy cuenta de lo afortunado que soy por haber sido parte del dúo que ha dado el concierto. Me sorprendo a mí mismo sonriendo, lleno de felicidad, y susurrándote al oído que me ha encantado. Vuelves tu cara, sonríes, y me besas. "A mi también", dices. Una vez, nuestros cuerpos se hacen el uno al otro, y cuando lo están, tras un gran suspiro de placer, te digo buenas noches al oído, bajito, para que nadie se entere.

Quiero que sepas que hoy me acuesto con ganas de hacerte el amor.

Pero como no estás aquí, y tendré que imaginármelo, yo pondré la canción.

http://www.youtube.com/v/IyCRJmerW1Q