lunes, 6 de enero de 2014

Con ti

Déjame en paz. Olvídame ya. Todos los días igual. Desde el mismo instante en que abro los ojos por la mañana, ahí estás tú. Desde ese mismo instante ya estoy harto de ti. Porque me hiciste lo mismo ayer por la mañana. Y la otra mañana. Y la otra. Me levanto contigo, con tu sonrisa provocando inevitablemente la mía. Luego a la ducha, donde tus abrazos parecen el agua caliente que me relaja corriendo por mi piel. Luego a la cocina, donde nos preparo el desayuno. Lo tomamos mientras me cuentas los planes del día. Salimos de casa, al trabajo, y por el camino, y de repente, veo que tú vienes conmigo. Vuelvo a casa para almorzar, y ya sabes que siempre cuento contigo para preparar la comida, preguntándome si te gustará lo que cocino. Almorzamos juntos. Nuestro trato es el de siempre: yo cocino y luego fregamos los dos, porque me encanta echarte agua y hacerte bromas con el jabón, ya que siempre te ríes, y estás radiante, y luego te enfadas, y estás preciosa. Quiero dormir la siesta, pero no me dejas. Sigo hartándome de ti, y preguntándome cuándo me dejarás en paz. Escucho música. Hoy es una canción de... da igual. No importa. Siempre me la estropeas, con tu pelo cayendo sobre tu espalda y tus ojos brillantes mirándome fijamente. Para alejarme, me voy a dar un paseo. La playa me parece un buen sitio. Arena, agua, infinito, olas. Sí, es el sitio perfecto: arena para caminar, agua para limpiarme, infinito para perderme, y olas para bailar y borrar. Pero nada. Vuelves a aparecer, de frente, con tu risa, provocadora de mi felicidad. Y en la arena para caminar se ven las marcas de nuestros pies caminando juntos por la vida, el agua nos purifica, el infinito que vemos es el mismo que mi amor, y los dos bailamos, respirándonos, sudándonos, al ritmo de las olas, creando algo imborrable. Cansado ya de ti, me vuelvo a casa. Quiero cenar, así que preparo algo y me siento a comer. Y en ello estoy cuando me dices que tú también quieres, y lo hacemos a la luz de las velas. Tratando de hacer algo solo, me voy al cine. Miro la cartelera, y como no acabo de decidirme, tú me sugieres que veamos otra película. Acepto, y allá vamos. La vemos juntos, y de vuelta a casa, me das tu opinión. Yo tengo otra diferente, pero con tal de que me dejes, no digo nada y asiento. Llego a casa, solo, porque he logrado dejarte atrás. Me tiro en la cama, exhausto de todo el día contigo, de tu risa, tu pelo, tu voz, tus ojos, tus andares. Y de repente, tu olor se apodera de todo de mi ser. Puedo sentirte. Estás de nuevo conmigo, a mi lado, junto a mí. ¿Otra vez? ¿En serio? ¿Ni dormir vas a dejarme? Porque anoche me hiciste lo mismo. Y la otra noche igual. Y la otra. Y la otra. Porque cada noche me acuesto contigo. Cada día lo paso contigo. Pero tú conmigo no. Yo ni siquiera sé dónde ni con quién los pasas. Por eso voy a pedirte una cosa: déjame en paz. Olvídame ya, y para siempre. Como yo trato de hacer contigo.

Bueno, hazlo mejor que yo. Porque yo no puedo.