martes, 23 de noviembre de 2010

Te tengo ganas

Si tan sólo me llegaran las manos a tu cintura,
si mis ojos pudieran verte por la noche y también por la mañana,
si tus oídos quisieran escucharme decir que contigo o ninguna,
sería una canción tan bonita que creerías que te engañaba.
Te tengo ganas.

Si te dijera que de ti no se me va el hambre,
si entendieras que no se apaga de ti mi sed,
puede que llegaras a darte cuenta de que quisiera hasta tu sangre,
pero es que intuyo que pensarías que te engaño otra vez.
Y sin embargo, te tengo ganas.

Que pido no sé a quién que te lleve lo que digo en el viento,
que cuando te pienso se me encienden de la risa las alarmas,
y que te extraño cada vez que me despierto.
Si aún no me crees, espera, que las verdades no se me acaban.
Tengo que confesar que te tengo ganas.

Sí, mi boca quiere los besos que la tuya reparte.
Sí, mi cuerpo quiere sentir al tuyo en él.
¡Si hasta me vuelven loco tus andares!
Yo ya no puedo esperar para tenerte, así que ven.
¿Sabes que te tengo ganas?

Pelo, ojos, manos, dedos, risa, labios, voz,
presencia, perfume, sonrisa, oreja, cuello,
caderas, muñecas, espalda, muslos, calor.
¿Me creerás ahora, o esperarás a oírme decir te echo de menos?
Yo ya sólo espero no quedarme con las ganas...

http://www.youtube.com/watch?v=lpU1kNbW5ec&feature=related

"La locura me ronda la mente
cuando puedo sentirte y no verte...
No me dejes que despierte de este sueño,
aunque todo sea mentira..."

lunes, 8 de noviembre de 2010

Yo ya lo estoy intentando

Yo ya lo estoy intentando, y esto es lo que se me ocurre.

Y es que ya anocheció. Tan pronto. Y yo, de nuevo y todavía, en soledad.

Otro día llegó a su fin, y el sol ya no aparecerá hasta mañana. Y ni siquiera estoy seguro de que eso vaya a ocurrir. Otro día muere, y estoy solo. Como entendiéndome, y en una empática metáfora que poco deja a la imaginación, el plomizo cielo se ha estado derramando durante toda la jornada. No es que tenga ganas de llorar, pero a veces se me antoja. Taciturno, el bloque de viviendas que se ve desde mi alféizar sólo hace aumentar el sentimiento: casi todas las ventanas están ya iluminadas y resplandecientes. Imagen que se torna melancólica cuando veo que las manecillas del reloj aún no marcan ni las cinco de la tarde.

Muere otro día, y sigo solo. Y si alguien la tiene para mí, esa caricia también morirá. Mueren con el día esos besos que alguien, espero, guarda en sus labios. Agonizante, el día se lleva consigo un suave te quiero, de esos que se dicen medio sonriendo y bajito al oído. Moribundo, el día arrastra, a donde quiera que vayan los días muertos, a aquél abrazo que me está esperando, que es para mí. Se lleva las cosas que me pertenecen y no puedo hacer nada. Puedo maldecirlo, pero de sobra sé que de nada servirá.

Pero es que también se lleva para siempre las cosas que tengo para dar. Mis dedos hoy no recorrerán más piel ni sentirán más calidez que la que tiene mi propio cuerpo. Mis labios, vívidos y llenos de vitalidad, hoy se marchitarán un poco más, y lo harán sin regalar besos. Se perderán para siempre esos besos, y ya no podré guardarlos, porque son muchos días haciéndolo, y el saco parece estar lleno. O quizás sea que me rindo cuando entiendo que de nada servirá hacerlo... Mi voz, si es que se atreviera a decir te quiero, lo hará al viento, por lo que ni siquiera sé si alguien lo oirá, bajito al oído o a gritos en una plaza. Ay de mis brazos, mi espalda, mi pecho, mis manos... Partes de mi cuerpo ávidas de contacto, notarán cómo al aire será al único que sientan. No habrá otra espalda a la que aferrarse, ni otro pecho que sentir contra el mío...

Ya anocheció. Muere otro día, y estoy solo. Puedo ver cómo agoniza, cómo quiere seguir vivo. Los árboles son agitados, las hojas se mueven en remolinos, y la Luna se esconde tras las nubes. Pero es su inevitable final. Muere otro día, y mientras lo veo, también lo siento, porque noto cómo me mata a mí también: se lleva mis cosas, mis bienes, mis regalos, todo lo que alguien guarda para mí, aquello que me pertenece. Y lo más importante, se lleva todo lo que para ti tengo. Bueno, tenía, porque ya me lo ha arrebatado, y lo ha hecho para siempre. Podré inventarme unas nuevas, y regalártelas. Pero las de hoy, las originales y auténticas de hoy, esas cosas ya no volverán. Nunca.

Sólo me queda esperar que en cuanto lo sepas, impidas, de la forma que se te ocurra, que otro moribundo día se lleve todas nuestras cosas.

Yo ya lo estoy intentando, y esto es lo que se me ocurre.

http://www.youtube.com/watch?v=p7eH9qnH8TM

"I'm kissing you... where are you now?
Where are you now?
'Cause I'm kissing you"

lunes, 11 de octubre de 2010

El concierto imaginario

No estás aquí, así que tendré que imaginármelo.

Con una lista de canciones que tú has elegido sonando, estamos tirados en la cama, hablando muy bajito, para que nadie se entere, con las cabezas tan cerca que tenemos que separarlas un poco para podernos ver con nitidez. Es el momento de esas risas cómplices entre los amantes, cuando cualquier comentario de uno hace sonreír al otro. Es ahora cuando empezamos a comprender qué bien nos hace sentir la otra persona. Tu pelo huele muy bien, y la tenue luz de la habitación brilla en tus ojos. Tu mano está en mi cintura, subiendo y bajando, sin prisa por mi costado, mientras pongo la mía en tu cara, de donde mis dedos apartan tu pelo, poniéndolo detrás de tu oreja. Mi pulgar recorre tus labios lentamente. Sí, lo confieso: estoy preparando un beso. Y cerrando los ojos, trémulo, me acerco poco a poco a tu boca, respirando el olor que emana de tu pelo. Tus labios, muy levemente abiertos, dejan escapar tu respiración, que se entrecorta cuando me notas cerca. Por fin llego a ti, y aumenta la presión de mi mano en tu cara, y tu mano ha dejado mi flanco para irse a mi espalda donde, completamente abierta, se ha posado con energía. Es un beso lento, sin prisas, deseado, tierno, cariñoso, precioso. Yo lo necesitaba. Y sin hablar, tú me lo estabas pidiendo. Peino tu cabello hacia atrás, que quiero mirarte a los ojos para decirte lo guapa que eres. Nuestras manos, casi al mismo tiempo, han comenzado el duro trabajo de apartar la ropa, que ya nos quema. Y si es difícil es porque nuestras bocas no quieren separarse, y están bebiéndose una a la otra, como si cada beso provocara más sed, y sólo la boca ajena pudiera apagarla.

Como pueden, las manos, ayudados a veces por los pies, y no siempre los propios, realizan su cometido. Temblando de puro deseo y sin para de besarnos, a veces suave, a veces ferozmente, nuestras manos, libertadoras, preparan y efectúan una descarga de caricias por el cuerpo del otro. Por todo el cuerpo del otro. Cálidas las pieles se van buscando, los abrazos se suceden, y poco a poco nuestros cuerpos se van acomodando mutuamente, en un proceso sin duda beneficioso para ambos. Con los dos cuerpos hechos uno, y al ritmo que marca la música que elegiste, empiezas a bailar. Yo me dejo llevar por ti. A fin de cuentas, la música la has elegido tú. Con movimientos suaves y certeros, la música entra cada vez en nuestros cuerpos, como poseyéndonos. En esta danza de deseo aún caben los besos y las caricias, que no paran de sucederse. El oleaje de tu cintura no cesa, y poco a poco se hace intenso y poderoso. Entonces, de repente, dejamos de oír la música, pues ha empezado a sonar otra música: la banda sonora de nuestra respiración. Y digo nuestra y no nuestras porque estamos respirando los dos a un tiempo, como buena música que es. Y como buena música que es, los jadeos y suspiros siguen no suena aislados, sino acompasados con tu vaivén.

Llega un momento en que todo nos estorba, sólo queremos estar nosotros mismos. Entregados al deseo y el placer, el ritmo van aumentando, y la música se va acelerando. Los sonidos de nuestros cuerpos chocando, al igual que el ritmo y la música, van in crescendo, y ya no importa nada que los demás se enteren. Ciego de pura lujuria, desecho tu ritmo, y empiezo a marcarte a ti el mío, algo que lejos de enfadarte parece encantarte. El olor de tu pelo es my intenso, el calor de tu piel llega a ser placenteramente abrasador, tu boca ya no refresca lo que antes pero ansío y consigo besarla, y tus ojos están más brillantes que nunca y por momentos parecen ponerse vidriosos. Ambos sabemos que nuestra canción está a punto de acabar, para los dos. Y lejos de odiarlo, buscamos ese momento perdiendo el compás de la respiración y el tempo de los jadeos. Nuestras cinturas ya han dejado atrás el adagio y el allegro, y ahora el ritmo está bajo la denominación presto. Hasta que con un jadeo que suena a planeado porque es al mismo tiempo, ponemos fin al ritmo, no sin antes dar unas sacudidas. Nuestras bocas vuelven a beberse, pues quieren aprovecharse los últimos coletazos de está canción, pero ni pueden estar cerradas mucho tiempo porque en verdad quieren jadear y suspirar.

Te peino, pues estás despeinada tras el concierto, y tú me lo agradeces con un dulcísimo y cariñoso beso. Mis dedos deambulan por tu espalda, tus piernas y tus brazos, calentísimos todos, mientras te pregunto si estás bien. La sonrisa que se dibuja tan despacio en tu cara, acompañada de tus ojos cerrados, me lo dice todo. El incendio provocado poco a poco va apagándose, y las respiraciones, pues cada uno ya tiene la suya, vuelven a ser normales. Sin poder parar de acariciarnos, me pides que te tape con la sábana, que tienes un poco de frío. Por supuesto, lo hago. Tumbada sobre tu costado derecho, pones tu espalda en mi pecho, y me pides que te rodee con mis brazos y que entrelace mis manos con las tuyas. Por supuesto, lo hago.

Con mi nariz en tu pelo y oliendo tu embriagadora esencia (me hace recordar al principio de la noche, escuchando tu música), me doy cuenta de lo afortunado que soy por haber sido parte del dúo que ha dado el concierto. Me sorprendo a mí mismo sonriendo, lleno de felicidad, y susurrándote al oído que me ha encantado. Vuelves tu cara, sonríes, y me besas. "A mi también", dices. Una vez, nuestros cuerpos se hacen el uno al otro, y cuando lo están, tras un gran suspiro de placer, te digo buenas noches al oído, bajito, para que nadie se entere.

Quiero que sepas que hoy me acuesto con ganas de hacerte el amor.

Pero como no estás aquí, y tendré que imaginármelo, yo pondré la canción.

http://www.youtube.com/v/IyCRJmerW1Q

lunes, 13 de septiembre de 2010

La Invitación

Son sólo caricias espóntaneas resbalando por tu cuerpo, tras un cálido y confortable abrazo, y mis dedos recorriendo dulcemente y sin prisas tu espalda desnuda. Es mirar fijamente tus lindos ojos y ver con los míos que algo, aunque sea pequeñito, ves en mí. Es esa sensación de seguridad que me produce sentirte cerca. Sería pasajera, sí, lo sé, pero sería seguridad al fin y al cabo. Es admirar tu pelo por la noche, y esa misma madrugada despeinarlo para por la mañana volverlo a peinar entre risas fundidas en besos. Besos que ya tengo envueltos y enlazados, listos para ser regalados. Si hasta tienen tu nombre. Besos suaves y fieros. Besos tímidos y seguros. Besos ansiosos y pacientes. Besos secos y húmedos. Besos vespertinos, nocturnos y matutinos. Besos aquí y allá. Besos originales y repetidos. Besos serios y juguetones. Besos sedientos y hambrientos. Besos solitarios y mutuos. Besos entregados y robados. Besos porque sí y por qué no. Besos y más besos. Besos.

Es surcar tus labios y atravesarlos valientemente. Es tu boca, que aunque lo haga mil veces siempre se me quedará por explorar, donde está tu lengua, contra la que quiero pelear y perder siempre y ganar a veces. Como escuderas estarán tus manos, que cuando nuestras bocas se beban, no tendrán miedo al tacto, y lo ansiarán y lo necesitarán. Es emborrachar tu cuerpo con todos aquéllos besos. Es mi voz diciéndote, trémula y pudorosa, pero esperanzada, que tengo ganas de ti. Es tu oreja a la que susurrando le confieso mis deseos y susurrando le pregunto por los tuyos. Es olerte sin ti de repente, y evocar tu presencia, otrora pura libido. Es dejarme llevar por el vaivén de tu cuerpo borracho ya. Es iluminar la oscuridad con mi placentera sonrisa, y es llenar el silencio con tus suaves y deliciosas vocales. Es vibrar los dos a un tiempo. Es dormirnos contentos y jactándonos de haber hecho algo bueno. Es despertarme y verte despertarte y verme. Y entonces, sonriendo, decirnos hola.

Pero justo cuando voy a ofrecérteme (de nuevo, porque sabes que ya lo he hecho), se me antoja que hacerte llegar de nuevo mi invitación será en balde. Quizás lo sienta así por hartazgo y odio al camino tan directo que dibuja siempre el desprecio. Quizás sea por el cansancio e inseguridad que produce el instantáneo trayecto de ese camino. O puede que sea por la desilusión de llamar a tu puerta y que me digas desde dentro que no hay nadie... Terrible sensación...

Pero albergo una mínima sensación de tranquilidad, un destello apenas, aunque tiene sobre ella el inamovible peso del temor a otro desprecio, de que si mañana tú también quieres lo que yo, me lo dirás. ¿Verdad? ¿¿Verdad?? Que no te callen ni el miedo ni la vergüenza. Respóndeme sin mirar el reloj y aunque no recuerdes el calendario. Dímelo. Sabes que te diré que sí. ¿Que soy tonto? Pues no. Soy más.

Ay... qué será de mis-tus besos...

lunes, 24 de mayo de 2010

Un color vívido

La muralla que el miedo construyó delante de mí todavía se me antoja inaccesible, imposible de franquear. Cuántos días llevo acampado a sus pies y en cuanto la he mirado he vuelto a mi campamento. Cuántas noches he pasado soñando que la atrevesaba, y en su punto más alto, con el viento de cara y el mundo a mis pies, me autoproclamaba vencedor del combate más fiero al que jamás he sido retado; pero en ese momento no cuento con que luego esa misma fiereza me devuelve los golpes que en sueños le he dado, arrastrándome en un viaje en espiral por la tristeza, primero hacia arriba, y luego hacia abajo, para volver a subir a aquel punto tan alto, y esta vez con el viento en contra, me echa a volar sin alas...

Sigues siendo tú. En quien pienso cada día, por quien me pregunto si está bien. La música que escucho se hace corpórea en ti, y cuando como algo que sé que te encanta te imagino a mi lado compartiéndolo contigo. Muchas veces te veo sonriendo cuando digo alguna tontería; y mis mañanas empiezan evocando tu voz diciéndome buenos días. El recuerdo de sentir y desear el calor de tu cuerpo junto al mío, el de un simple pero reconfortante abrazo, el de nuestros dedos entrelazados jugando a escaparse pero deseando entrelazarse aún más, el de una caricia resbalando por tu pelo peinándolo y por tu espalda invitándote a acercarte, el de mis labios robándote el beso que tu boca siempre tiene preparado...

Esto tiene, todavía, un color vívido. Muy vívido.

lunes, 22 de febrero de 2010

Desde entonces...

Desde entonces empecé a recordarla. Yo aún era pequeño, pero ya la había visto, y esa cara no se olvida. La vi, no recuerdo el día ni la hora, pero ya no pude olvidarla. Ella vivió su vida, yo la mía, aquí y allá. Hasta que convergimos en un portal. Aquél bendito portal... Al que le seguirían sus once compañeros de pasaje; luego, más tarde, nuestras bocas también se desbocaban en cualquiera que encontrábamos.

Desde entonces sólo hacía buscarla. Porque sus ojos me dejaban inerme al mirarme. Porque provocaba en mí los instintos más naturales: hambre, de su cuerpo; sed, de sus besos; y sueño, pues soñaba con ella. Porque me despertaba curiosidad por conocerla, y me inspiraba ternura y deseo a un tiempo.

Desde entonces empecé a amarla. Porque me enamoraba cuidarla. Me seducía con sólo caminar. Su voz era la música perfecta, acordes afinados como nunca. Sobre todo al decir te quiero. ¡¡Qué implacable canción!! La mejor que nunca he escuchado.

Desde entonces no puedo olvidarla. Porque me diste todo lo que una persona puede ansiar: cariño, amor, ternura, deseo, calor, amistad, confianza, respeto, vida. Me diste tu vida... Y aún no me explico como queriéndote como te quiero, estamos separados. Cómo amándote como te amo, te tengo miedo... Si lo único que quiero es amarte...

Desde entonces, ando solo, perdido. No sé qué hacer, nada más que huir. Huir de todo, y de todos.

Desde entonces sé que nada tengo que ganar. Nada que me sirva, me llene o me haga falta.

Desde entonces, mi amor, desde que te vi de niño, y lo sabes, me gustaste. Luego te deseé. Más tarde te quise. Y ya, irremediable y gustosamente, te amé.

Desde entonces, desde que empecé a amarte, no he cesado...

viernes, 22 de enero de 2010

Cuando...

Cuando te sientes caer. Cuando mientras caes sabes que no hay final, que todo es vacío, y no pararás de seguir cayendo. Cuando te hundes, y no hay arena que te pare para poder empezar a considerarte pecio, pobre, pero pecio. Cuando cada día has de vestirte con una sonrisa, porque molesta e incluso enfada a la gente el que te muestres desnudo. Cuando tu única vestimenta es tu labio inferior subido sobre el superior, y tus complementos son las lágrimas que se derraman de tus ojos por tus pómulos hasta tu boca. Cuando cada canción es un remolino de recuerdos. Cuando cada palabra resuena en tu cabeza, rebotando de un lado a otro. Cuando te sientes desfallecer. Cuando tan sólo una imagen, una fotografía apenas, puede quebrar el muro que te has creado para protegerte como si de aire se tratase. Cuando gritar no sirve de nada, pues no se te oye. Cuando hablar es para nada pues no se te escucha. Cuando nombrar es hablarle a ningún oído. Cuando no hacer nada es lo peor que puedes hacer, pero es lo único de lo que tienes ganas. Cuando ya te duele la garganta de callarte los lamentos. Cuando empapas la almohada cada noche, cada mañana, cada tarde. Cuando de repente el recuerdo se sitúa frente a ti, y sólo puedes rendirte. Cuando al llegar a tu mente aquél beso, aquélla caricia perdida, te ves inerme, y vencido. Cuando sólo tienes de huir, y no parar, y al mismo tiempo volver y ponerlo todo como estaba. Cuando tu cuerpo se divierte, tu mente está moribunda, y tu corazón enterrado. Cuando por la calle la ves, la oyes, la sientes. Cuando al acostarte la sientes a tu lado, y la buscas, y no está. Cuando sientes miedo, angustia, dolor, pena, desesperanza, desilusión, fatiga, sueño, arrepentimiento. Cuando nada ni nadie puede ayudarte a levantarte, porque no paras de caer. Cuando volviste para irte, pero te encuentras que te fuiste para no volver. Cuando aquéllos labios protagonizan todos tus sueños. Cuando ni siquiera te dejaron decir te quiero...

Lector o lectora, de verdad que lo siento si te has sentido o te sientes así.

Ahora siéntelo tú por mí, porque yo sí me siento así.