viernes, 1 de abril de 2011

Yo quiero besarte ("You must remember this...")

Y si te dijera que tengo ganas de ti, ¿qué? Porque en verdad las tengo. Tengo ganas de darte un abrazo, olerte el pelo cuando esté pegado a ti, emborracharme de tu perfume, y luego suavemente, deslizar mi boca por tu cara, besándola, hasta llegar a tu boca. Antes del beso, y mientras nuestras respiraciones se aceleran, te resistes un poco, pero un ligero movimiento mortal con mi dedo pulgar acercando tu boca a la mía es suficiente. Es como si lo estuvieras esperando. Sin ese movimiento, no hay beso. Y luego, ya no paramos. Ya no hará falta ningún acompañamiento con las manos en tu cara para que me des un beso. Ellos vendrán solos. O llegarán, porque tampoco necesitarás moverme la cara para que te bese.

Besarte es algo que deseo hace mucho tiempo. Y cuando lo esté haciendo, ten seguro que te lo confesaré. Porque lo he imaginado muchas veces. Tal y como te he contado es una de las versiones, aunque también hay más. Aquella en la que, tras darle un sorbo a tu copa, me miras a los ojos y luego a la boca y luego a los ojos y luego a la boca y luego a los ojos, te pregunto qué pasa, te me acercas sin decir ni una palabra pero gritándome con los ojos, y posas tus mano en mi cintura, recorres suavemente mi espalda, y tu boca se acerca sigilosa pero firmemente a la mía. Espontáneamente, las dos se ladean en sentidos diferentes, y el beso es ya inevitable. “Esto es lo que pasa”, dices tras separar nuestros labios. Y sonríes. Y sonrío. Y luego ya no paramos. No harán falta más silenciosas miradas a gritos ni manos por mi cuerpo. Los besos pelearán por salir de mi boca para estar en la tuya. Y los tuyos, ardiendo, querrán sofocarse en el infierno de los míos. Pobres y benditos ilusos...

O aquélla en la que hemos quedado para cenar. Tú has ido al servicio, y en ese momento he aprovechado para escribirte unos versos. Y estos versos, créeme, salen solos. No hay que pensarlos. Simplemente fluyen, porque los llevas escritos en tus ojos, tu cintura, tu sonrisa, tu voz, tus caderas y tus andares. Te dejo el manuscrito al lado de tu servilleta, para que cuando vuelvas, lo veas. Lo ves, y me preguntas qué es. Mi respuesta es escueta: “léelo”. Sí, es escueta, pero está aliñada con un cuartito de ilusión, medio cuarto de ganas de ti, una miaja de picante y azúcar, y una sonrisa. Eso sí, como cualquier cocinero, aunque estoy seguro de mi plato, no sé qué pensará el cliente, por lo que también tiene como aderezo una pizca de miedo a tu reacción. Y eso a pesar de que es “mi beso”… Lo lees, sonríes porque te gusta, me miras, y me das las gracias. Y me vienes a dar un beso en la cara. Me lo das y te vuelves a tu sitio. Pero algo raro ha pasado… Aún así, acabamos de cenar. Al terminar, y de vuelta a casa, me dices que si tenía pensado lo que te escribí. Mirándote a los ojos, te digo que no, que se me ocurrió en ese preciso momento. Tanto los versos como el hecho de escribírtelos y regalártelos. Me respondes la mirada, les pego un par de martillazos y te clavo aún más mis ojos, te agarro de la cintura de una manera segura al tiempo que sutil, y te lanzo un beso que va directamente a la diana que me dibujan tus labios. Rápido, fugaz, pero con los mismos ingredientes que el manuscrito: espontáneo, ilusionado, deseándote, picantito y dulzón, pero sin sonrisa al final, porque aunque esté contento, estoy muerto de miedo. Y a pesar de eso, aún no te soltado la cintura ni he dejado de clavarte la mirada. Supongo que porque pienso que si me vas a matar, que sea a quemarropa. Pero si por el contrario me vas a besar, quiero estar lo más cerca posible cuando eso suceda. Me respondes a quemarropa, pero con un beso tan suave y dulce que al pensarlo hasta lo saboreo. Y luego ya no paramos. No hará falta más espontaneidad en forma de versos. Porque los besos serán ahora la espontaneidad, pero también serán buscados, aquí y allá. Te provocaré hasta que me des los besos que salen de tu boca pero que son míos. Y no me resistiré cuando te vea sonreír, o te vea ponerte el pelito detrás de la oreja, o te vea. O simplemente te vea. Porque cuando te vea, te besaré. Y entonces brindaremos por aquel beso que yo me atreví a darte, y que hace posibles estos besos nuevos. Y ya nunca te arrepentirás de no haberme dado el beso que realmente querías darme, aquel que quiso nacer de tu boca para vivir en la mía, cuando leíste lo que te escribí. Porque te digo que es que aquella noche no tenías fina la puntería. Y entonces me das un beso. “Para comprobar cómo la tengo hoy”, dices. “Perfecta”, te respondo…

Y si te dijera que tengo ganas de ti, ¿qué?

You must remember this:
a kiss is still a kiss,
a sigh is just a sigh.
The fundamental things apply
as time goes by

http://www.youtube.com/watch?v=XlHjg57aZK0

No hay comentarios: