miércoles, 5 de octubre de 2011

El camino

Salvaje. Así es el camino que me ha tocado recorrer. En él, la rotundidad del signo menos se hace patente en la no presencia de sonrisas, ni siquiera el amago. Y aunque hay querencia, no hay apetencia.

La fragilidad, antaño tan lejana, casi imperceptible, por no decir ininteligible para mí, ahora la tengo escrita en la frente, cual caja de vajilla. Mi seguridad sobrevive a duras penas, y hace tiempo que duerme. Desconfiante de mí mismo voy andando el camino mi vida, y la pasividad le ha podido a la actividad, por el simple hecho de que si nada hago, nada sale mal. Eso me da un levísimo pero necesario sentimiento de seguridad, de la que tanto he de nutrirme ahora mismo, pero que tan difusamente apenas está dibujada, o que tan confusamente apenas puedo distinguirla.

Avanzo al ritmo de quien no anda, moviéndome como los protagonistas de una fotografía. Ya he soñado dos veces mi muerte, con tristísimo y sollozante despertar, almohada empapadísima incluida. Aunque en los dos sueños parecí sentir alivio. Incluso lo parece ahora, ya que los he llamado sueños y no pesadillas.

A veces deseo ser pecio, para que alguien quiera encontrarme. Sí, quiero ser pecio, y así despertar deseo, codicia, anhelo, añoranza, deseo, interés. O ser una pista, un rastro, una huella. Quisiera estar en extinción, ser una reliquia, un espécimen tan único como verdadero, tan ansiado como relevante.

El cielo tan azul ahora mismo no me alegra, y sólo tengo ganas de que se nuble todo, y que en vez de blancas las nubes sean grises, o negras, y llueva. Que diluvie. Y los truenos truenen atronadores. Que la mar se revuelva, y agite con violencia los barcos. Que el viento sople con tanta fuerza que los pájaros no puedan volar, y los árboles se inclinen a su paso. Ahora mismo necesito que la naturaleza esté como yo, y llore, grite, se agite, y que eso lo haga con violencia, para asegurarse de que expulsa todos esos sentimientos. Necesito su apoyo.

Indiferente ante las cosas y los momentos habituales, lo nuevo ahora mismo no tiene el mismo efecto que antes, no me atrae. Tengo libertad, pero ésta me viene dada condicionada, y no puedo hacer lo que quiero. Aunque, pensándolo bien, siempre durante toda mi vida ha sido así… Atrapado en un camino pues no tiene indicaciones, no avanzo, pero sí me siento retroceder, sin remedio. El tiempo pasa sin decir lo siento, y los días siguen matando noches y las noches siguen pariendo días, mientras yo no puedo disfrutar de ellos. Carente de motivo alguno para ello, mis límites están bastante definidos. Y aunque escapar se me antoja remoto, yo no pierdo la esperanza. Eso sí, el camino está labrado con desaliento, dudas, incertidumbre y desesperanza. Y encima, la única dispuesta a ser mi compañera es la desidia…

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