martes, 31 de enero de 2012

Como cada noche

Como cada noche, hablo con mi almohada. Ella no me responde, pero yo sé que me escucha. Le cuento cómo ha ido mi día, y qué he hecho. Ella espera, paciente, pues sabe que eso es sólo el prólogo. Es más, dependiendo de cómo empiece yo a contarle y según lo emocionado que esté, ella ya sabe qué le voy a contar después. Es inversamente proporcional. ¡Cómo me conoce! Increíble. Es imposible engañarla.

Como cada noche al acostarme, mi mente se vuelve un revoltijo de ideas, con pensamientos yendo y viniendo, recuerdos en forma de fogonazos, y destellos de sentimientos, que por momentos me invaden y lo intentan, pero no me conquistan. Al menos hasta que empiezo a confesarme a mi almohada.

Como cada noche al acostarme y posar mi cabeza en mi almohada, y sin Avemaría purísima previo, comienza mi confesión. Alegrías, penas, dudas, consultas, pecados, ruegos, esperanzas, deseos, arrepentimientos, alguna lágrima, alguna risa. Cabe de todo.

Como cada noche, mi almohada acepta y encaja todo a la perfección. Ella me conoce como nadie, y sabe cosas que ni yo mismo sé hasta que se las cuento. Cuando estamos juntos, me muestro tal y como soy, sin ambages. No tengo que disimular, ni mi felicidad ni mi tristeza. Y es por eso que, cuando le estoy hablando, me siento poderoso e inerme al mismo tiempo. Poderoso porque mi interior se abre camino hasta expresarse, mi mente fluye sin descanso ni barreras, hasta que ya no puede más. Me libero, o comparto, todo lo que llevo dentro. En un ejercicio de introspección, me vacío de mí mismo. Me siento poderoso por ser íntegro, por ser verdadero, por ser valiente al reconocer mis errores, por ser humano al compartir mi alegría. Y es justo en ese momento, cuando estoy totalmente abierto, que soy completamente vulnerable. Es por eso que me siento inerme. Pues en ese momento cualquier cosa podría lastimarme. Y hacerme mucho, mucho daño, pues la coraza de acero que llevo frente a mi almohada se vuelve de papel mojado.

Como cada noche, ella me escucha, paciente, sabedora de que si no se lo digo hoy, se lo diré mañana. Incluso hay veces que ella sabe que algo me preocupa, y me despierta en mitad de la noche, de madrugada, y hasta que no se lo cuento, no me deja dormir. Eso por las buenas. Porque cuando se pone por las malas, no sé qué brujería practica, que me hace tener pesadillas, y tengo que revelar toda inquietud que habite en mí.

Como cada noche, hablo con mi almohada. Ella, impertérrita, sólo escucha, tal y como lo hace un dios: en silencio. Y tras escuchar todo lo que tengo que decirle, me acoge, y me ofrece un sitio reconfortante donde reposar mi cabeza para conciliar el sueño. Así noche tras noche, año tras año.

¿Qué sería de nosotros sin almohada? ¿Quién tendría nuestra confesión última, nuestra reflexión postrera? ¿Cómo nos liberaríamos de lo que nos impide dormir? ¿Qué secaría nuestras lágrimas más íntimas? ¿Quién oiría nuestras más sinceras y desesperadas plegarias? ¿A quién pediríamos fuerza para soportar la presión de cada día, la presión de vivir? ¿Quién aliviaría nuestras penas magnificadas por la nocturnidad? ¿Quién disfrutaría de la sonrisa previa a la mañana? ¿Qué tengo que hacer para volver a tenerte?

Como cada noche, estoy hablando con mi almohada…

No hay comentarios: